Carlos Mataix y Xosé Ramil
En el ámbito del desarrollo periódicamente surgen palabras que todo el mundo comienza a utilizar, dando lugar a debates interminables, y a centenares de artículos y posts como éste.
“Escalabilidad” es una de ellas, y por ahora está bastante viva en los círculos de profesionales y expertos, sobre todo en el ámbito de los servicios básicos. Por cierto, es una palabra que no existe en nuestro diccionario de la Real Academia Española.
Su uso parte de la evidencia de que no podemos seguir conformándonos con iniciativas que se anuncian como “pilotos”, pero que, a la larga, se comprueba que no estaban realmente diseñadas para crecer, ni reunían las condiciones para ello.
La “pilotitis” es sin duda una patología muy extendida y, frente a ella, agencias, organizaciones públicas, empresas sociales y ONG están buscando cómo promover proyectos y programas con verdadero potencial de escala.
Los factores que intervienen para que un proyecto o una iniciativa crezca sin perder la calidad en los servicios ofrecidos son complejos. Por ejemplo, se sabe que el potencial de escalabilidad está condicionado por factores tecnológicos, como la facilidad de reproducción de una tecnología; factores socioculturales, como la aceptación masiva de la solución propuesta; y factores institucionales, como la compatibilidad del proyecto o solución con las políticas públicas del país.
Pero hay otro tipo de factores, menos presentes en el debate sobre esta cuestión, que tienen que ver con las hipótesis implícitas que subyacen en el diseño organizativo. A menudo diseñamos proyectos y programas desde un “paradigma industrial”, que interpreta los procesos de escalabilidad como resultado de ejercicios centralizados, aditivos y basados en la inyección intensiva de recursos.
Pero en la actual “sociedad-red” observamos otras lógicas de diseño basadas en el contagio, y en sistemas descentralizados y difusos, menos adictos al control, que pueden ser mucho más eficaces a la hora de extender una iniciativa a gran escala.
Independientemente de nuestras preferencias gastronómicas, la forma en la que los restaurantes o las tiendas chinas se han extendido por todo el mundo puede hacernos pensar sobre cómo escalar. Charles Leadbeater nos recuerda en su obra “The Frugal Innovator” que los restaurantes chinos “están en todas partes, pero no existe ninguna cadena de este tipo de restaurantes. El modelo de McDonald’s crece, el modelo de restaurantes chinos se extiende”.
Desde el itdUPM consideramos que el estudio de los patrones de escalabilidad es un asunto fundamental para poder extender y garantizar el acceso a servicios esenciales. Gracias a la iniciativa y al apoyo del Fondo Multilateral de Inversiones (FOMIN) del Banco Interamericano de Desarrollo pudimos realizar el informe “Alianzas para la innovación en el acceso a servicios básicos”, en el cual estudiamos el potencial de escalabilidad de cinco programas que dan acceso a agua, energía, tratamiento de residuos y salud en América Latina.
En la Conferencia “Tecnología e innovación para el Desarrollo”, que organizamos el pasado mes de junio, dedicamos una sesión a la escalabilidad de modelos energéticos, en la que se mostraron casos como los de IDEAAS Brasil o el programa Luz en Casa de Acciona Microenergía Perú.
Y ahora estamos estudiando, de nuevo con el FOMIN, en el marco de su programa “SCALA” -una iniciativa pionera y de gran potencial-, experiencias disruptivas que se observan en proyectos de distribución de productos y servicios de energía en Latinoamérica, con el objetivo de fortalecer sus procesos de difusión y multiplicación.
En este sentido, el próximo mes de octubre estaremos participando en México en el evento Distribución inclusiva: “Una Oportunidad de Negocios con Impacto Social”.
Carlos Mataix es director del itdUPM
Xosé Ramil es responsable de Comunicación del itdUPM