No muchos lo saben, pero la Comisión Europea se ha fijado la meta de lograr 100 ciudades neutrales en carbono para 2030. ¿Cómo lograrlo? ¿Por dónde empezar? ¿Es posible? ¿Qué tenemos a nuestro favor y qué nos falta?
En un artículo publicado en el periódico El País el pasado miércoles 27 de noviembre, Carlos Mataix y Julio Lumbreras, director y miembro del comité de dirección del itdUPM respectivamente, reflexionan sobre el complejo reto de la descontaminación de las ciudades europeas y la necesaria transición energética haciendo un paralelismo con el esfuerzo que supuso la primera misión a la luna.

Según los dos autores, es posible escapar de la actual trayectoria suicida, “pero no con las herramientas y los modelos convencionales” ya que “éstos fueron diseñados para un mundo en el que se suponía que el crecimiento no tenía límites. Ahora resultan inadecuados para interpretar e intervenir en sociedades mucho más complejas, que cambian a un ritmo acelerado”.
¿Cómo lograr la ambiciosa meta de que las emisiones netas urbanas de gases de efecto invernadero de 100 ciudades europeas sean nulas? Según los autores, “lograrlo no será posible si confiamos sólo en la acumulación de cambios incrementales. La propia Comisión reconoce que necesita dotarse de un enfoque capaz de modificar sistemas enteros, y para hacerlo resulta imprescindible involucrar al mayor número posible de personas y actores. En otras palabras, se precisa una transformación profunda, exponencial y a gran escala, que tiene que producirse en sólo una década”.
Sabemos que es posible porque la humanidad ya ha probado en el pasado ser capaz de alcanzar metas aparentemente imposibles: “Cuando, el 25 de mayo de 1961, John. F. Kennedy pidió al Congreso de los Estados Unidos su aprobación para ‘poner al hombre en la Luna antes de final de la década’, casi nadie pensaba que lograrlo fuera posible. Él mismo dijo: ‘Elegimos este reto no porque sea fácil, sino porque es difícil; porque servirá para organizar y medir lo mejor de nuestras energías y habilidades, y porque es un reto que estamos dispuestos a aceptar, que no estamos dispuestos a posponer’. ¿Tenemos ahora el coraje y el liderazgo para abordar retos de similar envergadura y convertirlos en nuestra misión vital?”.
La Comisión Europea sí ha tenido el valor y el optimismo para proponerse una meta ambiociosa y tremendamente ilusionante a la vez. Pero para alcanzarla, según indican los dos autores, “necesitamos colaboraciones –que podríamos calificar como radicales– entre todo tipo de actores, ya sean administraciones, movimientos ciudadanos, empresas, sindicatos, partidos políticos o asociaciones de barrio, incluyendo a aquellos grupos cuya participación en la esfera de la innovación ha sido hasta ahora infrecuente o improbable”.



Profesor Titular de Ingeniería del Medioambiente en el Departamento de Ingeniería Química Industrial y del Medio Ambiente, en la E.T.S.I. Industriales de la UPM

Director del Centro de Innovación en Tecnologías para el Desarrollo Humano de la Universidad Politécnica de Madrid
